Rompiste las cabezas de Leviatán y lo diste por comida a las tortugas de mar.
Salmo 74.13-14
Me encuentro a unas 30 millas al NW de San Vicente de la Barquera a bordo del Arga II, mi viejo ketch de madera. Habitualmente navego con toda la electrónica desconectada, me gusta practicar la navegación astronómica. La estrella polar, mi viejo sextante, unas desgastadas cartas náuticas del cantábrico y el viento es lo único que me hace falta para disfrutar de unos días a solas con la mar. Ella es la fiel amiga a la que siempre recurro cuando hastiado del día a día noto como me comienza a asfixiar la vida en sociedad. La mar unas veces se muestra dura y cruel como una mujer despechada otras dulce y tierna como una joven doncella. Pero siempre está ahí, nunca me falla. Me resulta cada vez más difícil disfrutar de la compañía de mis congéneres, no los logro comprender y creo que cada vez me interesa menos hacerlo.
Me despierto sobresaltado, algo ocurre, el barco no se mueve, ni un leve balanceo. Mientras me froto los ojos noto como el pánico me invade ¿qué ocurre? El silencio más absoluto lo envuelve todo, es aterrador. Trastabillo al salir a cubierta. Hoy a mi amiga casi no la reconozco. Una densa niebla transforma la cubierta en un mundo irreal, los objetos se desdibujan, la superficie del agua está lisa como una balsa de aceite y su color……..
Un aullido desgarrador sale de lo más hondo de mis entrañas, es un grito primitivo casi animal. Caigo de rodillas sobre la cubierta mientras me inclino sobre la borda, el mar es de un negro insondable, un penetrante olor a amoniaco se desprende de la superficie. Me cuelgo de un candelero, mi cara se encuentra a un palmo del agua, observo unas tenues fosforescencias acompañadas de pequeñas burbujas que rompen contra el costado de estribor. Antiguas pesadillas escondidas en lo más recóndito de mi cerebro comienzan a aparecer. Imágenes como flashes restallan en mi mente nublándome la visión, son como el trailer de una película proyectada al doble de su velocidad, siento náuseas. La ballena blanca, el narval asesino, enormes orcas golpean el casco, un gran blanco de afilados dientes describe círculos cada vez más pequeños alrededor del navio. Una gigantesca serpiente de 4 cabezas surge de la nada y con un mortal abrazo saca al velero del agua. Mientras desgarra mi maltrecho cuerpo con sus fauces, veo al Arga partido en dos hundiéndose en las frías y oscuras aguas abisales, destrozado, aplastado por la presión. Lloro por mi barco.
Otra burbuja, esta vez más grande rompe en la superficie emponzoñando el aire con más olor a amoniaco. Algo está ascendiendo, me incorporo de golpe y corro hacia la proa, es enorme, ocupa toda la eslora. Instintivamente abro el arcón más próximo al combés, saco un largo fusil de pesca submarina de doble goma, apoyo la culata sobre el esternón y lo cargo rápidamente. Sigilosamente me asomo una vez más sobre la borda. ¡Dios! Un ojo enorme, maligno, demoníaco, me observa fijamente. ¡Es el kraken!. Lo que creía cuentos de taberna, leyendas trasnochadas fruto del vino barato y el aburrimiento eran verdad, el monstruo existe.
La curiosidad vence poco a poco al miedo, con el fusil firmemente agarrado vuelvo a mirar a la bestia. Flota inerte junto a la nave, con la punta del arpón, casi con reverencia, toco su cuerpo, expele un último chorro de espuma con tinta por su sifón y la vida lo abandona. Siento una mezcla pena y ternura por el animal, es un ser formidable. me pregunto a cuántas titánicas batallas con cachalotes habrá tenido que sobrevivir para llegar a alcanzar este tamaño, sus enormes ojos cuántos misterios habrán descubierto en las últimas fronteras de la tierra, las desconocidas simas marinas.
La niebla se comienza a disipar, una leve brisa riza la superficie del mar deshaciendo la enorme mancha de tinta que rodea al velero. Con el calamar amarrado a un costado pongo rumbo a Santander.
La niebla se comienza a disipar, una leve brisa riza la superficie del mar deshaciendo la enorme mancha de tinta que rodea al velero. Con el calamar amarrado a un costado pongo rumbo a Santander.
“Ahora tengo la cabeza despejada, pensó, Demasiado despejada. Estoy tan claro como las estrellas que son mis hermanas.”
El viejo y el mar.
Hernest Hemingway