lunes, 7 de diciembre de 2009

No sirvas a quién sirvió...

Novela por entregas (edición resumida).

Entrega 2ª “Una alegre pandilla”

  Aún continuaba perplejo cuando Mayordomo irrumpió en el despacho.
  - Señorito ¿se encuentra bien?
  En ese mismo instante, de mí boca abierta, un furtivo hilillo de baba se había precipitado hasta una de las confortables zapatillas, de terciopelo negro, decorada con el escudo de armas de los Dantés, volví a la realidad.
  - ¿Cuántas veces te he dicho que no me llames señorito?, ya pasó la época de las diferencias de clase. ¡Coño! Mayordomo a hora gobiernan los roj… digo los demócratas y en consonancia con los nuevos tiempos yo te trato de tú y me dirijo a ti por tu nombre de pila. Así que te exijo para mí persona la misma reciprocidad.
  El pobre mayordomo, apesadumbrado, inclina la cabeza y con un susurro me informa que ya esta dispuesta la cena en el comedor de invierno. Paso por su lado y le doy una cariñosa colleja para animarlo, el hombrecillo agradecido sonríe y me besa la mano.
  Algún avispado lector habrá descubierto ya a estas alturas, concretamente nos encontramos en la línea 11, que el nombre del mayordomo es Mayordomo y el apellido García (este si que no lo habías adivinado pillastre). Dado el protagonismo que tendrá el mayordomo en el posterior desarrollo de la acción, me gustaría dedicar este capítulo desvelar la historia y origen de los mayordomos y su relación con mí familia.
  Desde tiempos inmemoriales a la sombra de cada Inmundo Dantés estuvo siempre un mayordomo llamado Mayordomo García. En las crónicas familiares la primera referencia al binomio Dantés-Mayordomo data del año 844, concretamente a la batalla de Clavijo. Según consta en los archivos familiares, mi ancestro, Inmundo Dantés I se encontraba peleando pie a tierra bajo la muralla del castillo de Clavijo en el monte Laturce, su caballo yacía destripado por las lanzas de las tropas infieles de Abderramán II. Caía la tarde y la batalla parecía inclinarse del lado de los sarracenos. Pese a estar peleando con bravura, el cerco comenzó a estrecharse sobre Inmundo, en ese instante, rompiendo la línea enemiga, apareció un hombre vestido con cota de malla y un sobretodo blanco, manejaba su hacha de guerra como un poseído, hendiendo cabezas, cortando extremidades, segando vidas.
  - ¿Quién sois y de dónde?, pregunto Inmundo, levantando la visera del yelmo.
  - Santiago García de Sierra España, mí señor. Os vi cuando fuisteis descabalgado. Otro caballero en vuestras circunstancias se habría rendido al wali más cercano pero en cambio vos habéis seguido luchando con la bravura del rey Leónidas en el paso de las Termópilas y me dije; Santiago, sí hoy as de morir a manos de estos perros infieles que mejor manera de hacerlo que al servicio de tan magnífico caballero.
  - En verdad os digo que de no haber perdido a mí caballo de guerra, las tornas hubieran sido bien distintas.
  - ¿Dónde están vuestras mesnadas mí señor?
  - Los muy cobardes al primer envite de los árabes huyeron corriendo como mujerzuelas a refugiarse bajo las faldas del obispo tras las murallas del castillo. Juro por lo más sagrado que si salgo de está pronto colgaran todos ellos de las almenas de mí casa de Las Fraguas.
  Un extraño brillo ilumino los ojos del villano y poniéndose el bocado del caballo muerto se dirigió al caballero.
  - Monte sobre mí espalda sire y cabálgueme en pos de la gloria.
  Sin dudarlo un instante Inmundo Dantés I saltó sobre el siervo y picó espuelas sobre los costados del hombre. Santiago con los ojos desorbitados por el dolor, echando espuma por la boca mordió con fuerza el bocado y preso de un salvaje frenesí se lanzó monte a bajo contra las tropas enemigas. Inmundo descerrajaba con su espada tremendos mandobles contra todo ser viviente que se interponía en su camino. ¡Dios! Que estampa, el sol de la tarde incidía sobre la armadura que despedía cegadores rayos en todas direcciones. Los soldados árabes aterrados ante la visión de lo que más que hombres parecían diablos, comenzaron a retroceder. Sobre el ruido del combate resonó como un trueno la voz de mí ilustre antepasado.
  - ¡A por ellos Santiago de Sierra España, gloria o muerte!
  Las tropas castellanas ante la visión del caballero que destrozaba las filas enemigas cual rayo divino y justiciero, sobre lo que les parecía un pequeño poni blanco, recuperaron el ardor y se lanzaron monte a bajo tras Inmundo, repitiendo parte de lo que habían entendido de la frase; “¡Santiago y cierra España!”. La victoria se inclinó a favor del bando cristiano
  Así es asombrado lector, en ese mismo instante y de esta casual manera nació el mito y la leyenda de Santiago matamoros. Al caer la noche el rey Ramiro I de León recomendó a mí ancestro no comentar mucho el asunto ya que la historia de la providencial aparición del santo parecía ser beneficiosa para la moral de sus ejércitos y aún quedaba mucho territorio que reconquistar y muchas batallas por librar. Como pago de sus servicios y su silencio, Dantés recibió unas extensas zonas de viñedos en los condados de Haro y La Guardia amén de una importante parte del botín, recuperado tras la batalla, del campamento de Abderramán.
  Uno de los rasgos característicos y comunes a todos mis antepasados ha sido su practicidad y el ahorro de lo superfluo en todos los ámbitos de la vida, así se generan las grandes fortunas, por ello esa misma noche tomó dos decisiones:
  La primera; nombró a Santiago mayordomo de la casa Dantés, la condición que le impuso fue que desde ese mismo momento su nombre pasaría a ser Mayordomo y el cargo de mayordomo debería pasar a su primogénito y así de generación en generación mientras quedará un Inmundo Dantés sobre la faz de la tierra.
 La segunda; perdonó, mientras durara el viaje de regreso hasta Las Fraguas, la vida a los componentes de su mesnada que habían sobrevivido a la batalla. Debía proteger su parte del botín cargado a lomos de más de 50 mulas y los caminos estaban infestados de bandoleros y desertores tanto cristianos como infieles.


 A lomos de sendos caballos de pura raza árabe “cabalgando por la terrible estepa castellana, polvo, sudor y hierro” Inmundo Dantes I y Mayordomo García cabalgan.
En verdad parecían una feliz pandilla.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Oh, mi muy querido Arderius, qué narración tan bella a la vez que indómita y sagaz, en donde aún oigo el bramar de la batalla, allí donde revives la memoria para eliminar la herrumbre de los cascos y de los escudos, de las lanzas y de las espadas. ¿No sigue, acaso, a lo lejos el galopar continuo y mellado de ese caballo blanco? Alguien dijo que la fortaleza de una nación se mide en la frecuencia de los latidos de sus guerreros antes de entrar en batalla, en las irisaciones en el brillo de las espadas desnudas al desenvainarlas para defender su causa, en la fortaleza del trueno que forman las voces al gritar al unísono haciendo una sola voz, en el tono puro de la sangre que se derrama con bravura y con el miedo atado.
De caballeros y de siervos los senderos se han hecho caminos y de ellos han brotado lo que hoy son las grandes ciudades. ¿Cuántos Dantés, cuántos Mayordomo García, cuántos valerosas y aguerridas huestes han oído los jaleosos ecos de la tropa a su paso victorioso? Decid, ¿cuántos? Hablad, si queréis de estrategia, de movimientos tácticos, de guerrilla. O si preferís, hablad de caudillos, de generales, de adalides. Quizá entonces yo os hable de honor y de los buenos soldados, aquellos que acometen la batalla sin más temor que ser cobardes, que libran la lucha sin saber el por qué de la guerra.
¿Estáis, tal vez, hablando de leyendas? ¿Es posible que, en ese regreso al inicio de una casta, hayamos vuelto también al mito del propio hombre? ¿Al silencio del guerrero que calla sus hazañas para cederlas a espejismos para formar leyendas? Decid, por Dios, no calléis y hablad sin miedo sobre esos fantasmas que gobiernan la batalla con el aliento cuajado por el espíritu como si fuera el vino que alienta a la soldadesca a tener valor en la lucha cuerpo a cuerpo, aunque su enemigo sea un gigante, aunque de roca estén hechas sus manos, aunque sus ojos escupan mil fuegos.
Oh, Arderíus, narrador de leyendas, mitificador de hombres de a pie, seguid narrando estas hazañas que tanto llenan mi espíritu, aunque a veces lo llenes con el espanto. Narrad, por Dios, seguid narrando.
Suyo, como lo es la virtud y el pecado en cada cual, su amigo El Pecador.

ED dijo...

!Muy buen relato! Mejorando cada capítulo :)
Sin duda dúctil al momento de relatar la historia y atreverte a hablarle directamente al lector, haciendo algún guiño.
Me agrada mucho ese agridulce que sigue acompañando. Tendrías que poder ver mi cara cuando leo, hay momentos en que me quiero reír, pero el ritmo del relato me pone en otro lugar casi al instante.
Ojalá, querido Arderius "Dantés", pueda leer pronto otro capítulo.

Chim-chim