domingo, 21 de febrero de 2010

Sild´s Tavern Likklig (la taberna del arenque feliz)

  Ya he puesto en orden el barco, la mente y mi alma, mañana si la predicción del tiempo es correcta zarparé rumbo a Santander donde se encuentra mi segundo hogar. Mi querido ketch es el primero, mi particular Shangri-La. El robusto portón de Sild´s Tavern Likkelig (la taberna del arenque feliz) se abre y una fría ráfaga empuja algunos copos de nieve al interior, el parroquiano me saluda con una inclinación de cabeza y comienza a despojarse de sucesivas capas de ropa de mar frente a la chimenea. Astrid regalándome una de sus maternales sonrisas deja sobre la mesa un plato de salmón ahumado con huevos revueltos acompañado de patatas hervidas con crema de nata agria. Froto los cristales de la ventana cubiertos de condensación y no puedo evitar una sensación de orgullo al contemplar al viejo Arga meciéndose junto los pesqueros de vivos colores y altas proas que se alinean junto al muelle. En el otro extremo de la bahía una aurora boreal despliega toda su belleza sobre los escarpados picos de negra roca. Bajo la fantasmal tormenta de luz, la vieja y abandonada estación ballenera parece recobrar la vida y el esplendor de tiempos pasados. Me encuentro en el pequeño puerto pesquero de Longyearbyen en al archipiélago de Svalbard, a mil kilómetros del circulo polar Ártico. Las Svalbard son un pequeño oasis en medio de un mundo de hielo, bañadas por la cálida corriente del golfo pese estar prácticamente a la misma latitud que Thule, presentan un clima bastante más benigno, hoy apenas hemos alcanzado los -17 º C. La taberna del arenque feliz ha sido fundamental en mi recuperación desde que arribé al puerto. Llegué tan desarbolado y maltrecho como mi barco. No solo estaba roto mí cuerpo sino también mi espíritu.
  El plan de navegación era prometedor, iba a circunnavegar la porción más occidental de la costa norte rusa y comprobar con mis propios ojos otra de las muchas aberraciones de las que es capaz el ser humano en su loca carrera por la autodestrucción. Los faros nucleares de la costa ártica de la antigua URSS, apagados y abandonados decenios atrás. Las nuevas rutas comerciales cambiaron sus derroteros y el uso del GPS se popularizó. Estos hechos coincidieron con el derrumbe del gigante soviético en los años ochenta con la llegada de la perestroika. Los faros dejaron de funcionar, saqueados y olvidados quedaron como un triste monumento a la estupidez del hombre.
  El invierno se prevee más benigno de lo habitual y todas las informaciones indicaban que la banquisa está retrocediendo. Me gusta el Norte soy feliz navegando por él, son ya más de veinte años de estrecha e intima relación. Algunos lo llaman el infierno blanco, no les comprendo. Yo el infierno lo encontré en el sur. Influenciado por las lecturas de Conrad , Twain y Stevenson puse mí proa hacia el océano Pacífico en mí primer gran viaje en solitario. Me asaltaron dos veces modernos piratas con lanchas neumáticas equipadas con potentes motores de más de trescientos caballos. La primera cerca de las costas de Filipinas, la segunda en el viaje de regreso, navegando por aguas de Madagascar, allí casi pierdo mi barco y la vida. En las islas del Pacífico, no fui o no supe encontrar el paraíso de las novelas de Salgari. Tan solo hallé lujosos complejos turísticos que prohibían el acceso a las mejores playas y barcos de turistas-buceadores ocupando los mejores y más solitarios fondeaderos. Un calor sofocante que todo lo corrompía en breve tiempo…
  Bjorn el marido de Astrid me da una palmadita en la espalda y se sienta en la mesa como todas las tardes después de la cena, sirve un par de pequeños vasos con un fuerte aguardiente local y bebemos juntos en silencio. Entre las fotos antiguas que adornan la taberna hay unas del abuelo de Bjorn recibiendo al Fram el robusto y legendario velero de Fridjof Nansen. Doy el penúltimo trago y sonrío a mí enorme y pelirrojo amigo, este me responde alzando su vaso, no hace falta que hablemos el mismo idioma, nos entendemos, los dos somos hombres del Norte.

4 comentarios:

Marian dijo...

Hola Jose,

Me ha encantado la taberna, ¡qué ambiente más acogedor! Apetece estar ahí al resguardo del frío y la nieve tomando el aguardiente y charlando con Ingrid y su marido...

Me ha gustado un montón ¡qué acouxia!

Muchos besos y enhorabuena,

Marian

Pd/No nos dejes tanto tiempo esperando el siguiente relato, porfa.

El Pecador dijo...

Mi muy querido Capitán Arderius, la alegría está servida tan pronto usted abre la escotilla cibernética (¿será cibernáutica?) de su Arga para alimentar nuestras viejas hambrunas de aventuras con sus post.
Por un momento pensé que habrían llegado los tiempos difíciles y que la labor compleja que conlleva la tormenta en la mar, le habría alejado del confort de la pluma en el camarote.
Alguien me habló de la vuelta de los tiempos difíciles y yo creí más que utilizaba esa sentencia como una licencia literaria, que como una realidad prevista por el olor de tormenta que traía el viento hecho brisa engañosa. Ahora recuerdo quién fue el que lo dijo, y al pensar en él, pienso inevitablemente en un pasado borroso y aciago de un borrachín, antiguo arponero en el lejano puerto de Nantucket. También recuerdo su nombre: Richard Parker, y por supuesto su sonrisa abierta en el inicio de la noche, cuando comenzaban las primeras rondas de licor sobre la barra de la taberna, posiblemente parecida a la que usted, Oh, mi buen Capitán, describe en su relato; la Sild´s Tavern Likkelig.
Sea como fuere, los tiempos difíciles han vuelto, y con ellos yo, su buen amigo El Pecador, he vuelto a la mar. Esta vez, hacia un horizonte incierto, allá donde jamás el cielo y la tierra parecen dividirse, donde los cánticos de las sirenas embarcan por la popa para romper con el sinsentido el silencio de la calma. Navego, y pongo mi vida en ello, sin estrellas, sin brújula y sin compás, con una única carta de navegación escrita en las líneas de mi mano. Tal vez, algún día, nuestros rumbos se crucen.
En mis oraciones siempre habrá un hueco para usted, bendito Capitán.
Suyo, como el miedo visceral en la tormenta canalla,
El Pecador

Anónimo dijo...

Hola.

Me ha encantado tu relato. Cómo han dicho anteriormente, trasmite todo el ambiente de "El arenque feliz" y es como si estuvieras allí.

Un saludo.

Relatos dijo...

Bienvenida y gracias y por enrolarte en la tripulación de Relatos.